
Con la llegada de la primavera y los cambios en el clima, es común experimentar síntomas como estornudos, congestión nasal o tos. Sin embargo, en el contexto actual de alta contaminación y alteraciones climáticas, es crucial distinguir entre un resfriado, una alergia o una gripe.
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El resfriado común es extremadamente frecuente. En EE. UU., los adultos promedian 2–3 resfriados al año (los niños, incluso más). Globalmente, las infecciones respiratorias virales suman decenas de miles de millones de casos anuales (unos 17 000 millones en 2019). Aunque ocurren todo el año, los resfriados tienden a concentrarse en otoño-invierno en climas templados. Factores ambientales agravan estos cuadros: la baja temperatura y la sequedad ambiental favorecen la transmisión viral, y la exposición a contaminantes (NO₂, PM2.5, ozono) puede reducir la respuesta inmune e incrementar la susceptibilidad a infecciones respiratorias
La gripe estacional (influenza) produce cada año aproximadamente mil millones de casos en el mundo. De ellos, 3–5 millones son graves y provocan entre 290 000 y 650 000 muertes respiratorias anuales.
Por ejemplo, en la temporada 2023–2024 de EE. UU. se estimaron ~40 millones de casos de gripe y ~28 000 muertes atribuidas al virus. La gripe circula sobre todo en invierno (en regiones templadas) o en temporada de lluvias. Se caracteriza por fiebre alta, tos, dolor de garganta y malestar general. La contaminación del aire empeora su impacto: exposiciones elevadas a NO₂ y ozono se han asociado con un aumento de hospitalizaciones por influenza y neumonía.
Las alergias respiratorias (p. ej. rinitis alérgica) son muy prevalentes y están en aumento. Más de 400 millones de personas en el mundo padecen rinitis alérgica, y se calcula que aproximadamente el 33% de la población sufre algún tipo de alergia respiratoria. Se ha advertido una “epidemia” creciente de alergias: hacia 2050 se estima que podrían alcanzar unos 4 000 millones de casos si continúan las tendencias actuales. Los síntomas alérgicos suelen producirse en primavera y verano, cuando aumentan los pólenes de gramíneas, árboles y arbustos.

El cambio climático amplifica este problema: revisiones recientes señalan que el calentamiento global podría aumentar las emisiones de polen hasta en un 40% y prolongar casi tres semanas la temporada de alergias hacia fines de siglo. Además, la contaminación urbana intensifica las alergias: partículas diesel y otros contaminantes recubren el polen, haciéndolo más nocivo, y gases como NO₂, SO₂ o ozono provocan inflamación bronquial que agrava asma y síntomas alérgicos.
Los factores ambientales juegan un papel clave en estas enfermedades. La contaminación del aire es ubicua: la OMS informa que en 2019 el 99% de la población vivía expuesta a niveles de polución superiores a sus guías recomendadas. Más del 90% de la población mundial respira aire contaminado, y hay datos sólidos que vinculan esta exposición con un aumento de infecciones respiratorias.
El cambio climático prolonga las temporadas de alérgenos: veranos más cálidos y otoños tardíos significan estaciones de polinización más largas y concentraciones de pólenes más altas.
El incremento de partículas finas (PM2.5), NO₂ y ozono troposférico en el aire agrava la inflamación de las vías respiratorias: favorece exacerbaciones asmáticas y aumenta la severidad de infecciones virales.
En conjunto, estos factores ambientales son responsables de que la carga de enfermedades respiratorias crónicas (asma, alergias, EPOC) aumente año con año y modifiquen la estacionalidad esperada de los resfriados y la gripe.