Quemaduras y salud mental: la importancia de un abordaje multidisciplinario

Quemaduras y salud mental: la importancia de un abordaje multidisciplinario

Las quemaduras representan una de las injurias traumáticas más complejas, no solo por la destrucción local del tejido, sino por la cascada sistémica que desencadenan: inflamación, alteraciones metabólicas, disfunción orgánica e impacto psicológico. (Merchant et al., 2025)


Cada año, millones de personas sufren quemaduras a nivel mundial, muchas en contextos domésticos o laborales, lo que genera carga clínica, social y económica.
El abordaje de una quemadura exige comprender su gravedad (en términos de profundidad, extensión y ubicación) para definir el tratamiento óptimo y anticipar complicaciones físicas y psicosociales.

Correo: dana.malips@gmail.com

Clasificación de las quemaduras: grados, extensión y factores pronósticos
Grados de profundidad

Primer grado (superficial): solo la epidermis está afectada. La piel se enrojece, duele con el tacto, pero no hay ampollas ni daño profundo.

Segundo grado (parcial): puede distinguirse en dos subtipos:

  • Superficial parcial: la lesión compromete parte de la dermis; aparecen ampollas, dolor vivo, humedad.
  • Profunda parcial: el daño es más profundo en la dermis y la recuperación espontánea es más lenta; existe riesgo de cicatrización anómala.
  • Tercer grado (espesor total): la lesión destruye toda la dermis y puede afectar tejido subcutáneo. La zona puede verse blanca, negruzca, endurecida, y ser insensible por daño nervioso.
  • Cuarto grado: la lesión se extiende aún más allá de la piel, comprometiendo músculos, tendones e incluso huesos. Se asocia con alta morbilidad y suele requerir abordaje quirúrgico agresivo.
Extensión y otros factores pronósticos

La extensión de la quemadura se mide como porcentaje de la superficie corporal total (TBSA, total body surface area). Métodos clásicos como la “regla de los novenos” o el diagrama de Lund & Browder ayudan a estimarla.
Además de la profundidad y extensión, otros factores críticos para el pronóstico incluyen la edad del paciente, las comorbilidades (por ejemplo cardiacas, renales), la presencia de lesión por inhalación y el retraso en el tratamiento. Merchant et al. (2025) subrayan que en quemaduras severas estas variables influyen en la mortalidad, la morbilidad y la velocidad de recuperación.

Una herramienta usada en unidades de quemados para estimar mortalidad es la escala Baux, que originalmente sumaba la edad y el porcentaje de superficie quemada; actualmente se adapta para incluir la lesión por inhalación, añadiendo aproximadamente 17 puntos extra en ese caso. 

Fisiopatología: qué ocurre tras una quemadura

Cuando ocurre una quemadura, el calor, los productos químicos, la electricidad o la radiación destruyen células cutáneas, provocando liberación de mediadores inflamatorios (citoquinas, radicales libres) y alteración de las membranas celulares.


Como resultado, se produce una permeabilidad vascular aumentada en la zona de borde, lo que conduce a edema, pérdida plasmática local y fenómenos de “fuga capilar”. En quemaduras extensas, este efecto se generaliza, obligando a una reposición adecuada de líquidos para evitar shock hipovolémico.


Simultáneamente (y en paralelo a los efectos locales) se desencadenan respuestas sistémicas: activación del sistema inmunitario, incremento del metabolismo (estado hipermetabólico), alteraciones hormonales (por ejemplo en ejes endocrinos) y riesgo de disfunción orgánica (pulmonar, renal, hepática). Merchant et al. (2025) destacan que estas respuestas sistémicas prolongadas dificultan la recuperación y aumentan la susceptibilidad a infecciones e insuficiencia orgánica.

Tratamiento médico: fases, estrategias y retos

El manejo de las quemaduras se organiza idealmente en varias etapas, cada una con objetivos clínicos específicos.

Atención primaria y soporte vital

Desde el primer momento es vital detener el agente causal: apagar llamas, eliminar agentes químicos, aislar corriente eléctrica. Luego, evaluar y asegurar la permeabilidad de las vías aéreas (intubación si hay compromiso por humo).


La resucitación con líquidos es esencial en casos de quemaduras moderadas a extensas. Se emplean fórmulas (por ejemplo la fórmula de Parkland) para estimar el volumen inicial que debe administrarse en las primeras 24 h.


El control del dolor es fundamental: las molestias no controladas comprometen la estabilidad hemodinámica, el sueño, la cooperación del paciente y la recuperación.


Simultáneamente, se deben iniciar cuidados locales: limpieza de la herida, desbridamiento del tejido necrótico y aplicación de apósitos estériles. Se valora el uso de vendajes biológicos o sintéticos como barrera protectora del lecho de la herida.


Se aplica profilaxis antitetánica (según el estado inmunitario del paciente) y medidas para prevenir infección sistémica local —antibióticos cuando haya sospecha de infección—, aunque no de forma rutinaria profiláctica, debido al riesgo de resistencia.

Fase intermedia: hospitalización y cirugía

En quemaduras profundas o extensas, el tratamiento quirúrgico se vuelve esencial. Se recurre a la escisión temprana del tejido muerto y al injerto de piel —autoinjertos cuando sea posible— para cerrar la herida y reducir el riesgo infeccioso. (Merchant et al., 2025)


La vigilancia intensa requiere monitorización de líquidos, electrolitos, función renal, nutrición adecuada (que debe cubrir la demanda incrementada en el estado hipermetabólico), equilibrio nutricional con aporte proteico y calórico.

Durante esta fase, la rehabilitación temprana (fisioterapia, movilización controlada) es esencial para prevenir contracturas y preservar la función de miembros.

La prevención de complicaciones como sepsis, fallo orgánico múltiple, tromboembolismo o disfunción pulmonar es clave y se aborda mediante un equipo multidisciplinario.

Fase de rehabilitación y recuperación a largo plazo

Una vez cubierta la herida y estabilizado el paciente, la rehabilitación física toma protagonismo: ejercicios para recuperar movilidad, estiramientos, terapia ocupacional y programas personalizados para restablecer funciones.


El manejo de cicatrices es una preocupación permanente: terapias con apósitos de silicona, vendajes de presión, uso de láser, infiltraciones o cirugía correctora para evitar contracturas funcionales.

Cirugías reconstructivas pueden estar indicadas para corregir deformidades estéticas o funcionales en cara, manos o áreas de movilidad crítica.


La reintegración social y laboral del paciente es un objetivo final, y puede requerir apoyo prolongado, ajustes ergonómicos y seguimiento médico continuo.


Según una revisión reciente sobre rehabilitación postquemadura, los sobrevivientes suelen reportar menor integración comunitaria un año después comparado con personas sin lesión. (Deng et al., 2023)

Impacto psicológico: reacciones, diagnóstico y factores de riesgo

Las consecuencias psíquicas de una quemadura pueden ser tan devastadoras como las físicas. En muchos casos, las reacciones emocionales comienzan en la fase aguda y pueden persistir durante años.

Reacciones iniciales y agudas

Durante la hospitalización, los pacientes frecuentemente experimentan angustia, ansiedad anticipatoria, miedo al dolor o a la muerte, sentimientos de pérdida de control o humillación. (Wiechman, 2004)


Un estudio prospectivo multicéntrico que siguió a sobrevivientes de quemaduras graves reportó que cerca del 34 % de los ingresados mostraban distrés psicológico clínicamente significativo en el momento del alta y que ese nivel tendía a persistir hasta 24 meses después. (Fauerbach et al., 2007)


Dentro de los componentes del malestar inicial, los factores de alienación (sensación de aislamiento) y ansiedad/hiperactivación se mostraron como predictores robustos de sufrimiento psicológico crónico. (Fauerbach et al., 2007)

Trastornos a mediano y largo plazo

A mediano y largo plazo, muchos sobrevivientes enfrentan condiciones como depresión, ansiedad persistente, trastorno de estrés postraumático (TEPT), trastornos del sueño, insatisfacción con la imagen corporal y retraimiento social. (Traumatic burn injury: neuropsychiatric perspectives, 2009)


Por ejemplo, el TEPT puede manifestarse al revivir el evento traumático, evitar estímulos que lo recuerdan, hipervigilancia o insomnio. En estudios, entre el 15 % y 30 % de los pacientes con quemaduras han desarrollado síntomas de estrés postraumático a los 3–6 meses, dependiendo de la severidad de la lesión. (Fauerbach et al., 2007)


La depresión suele coexistir con dolor crónico: varios trabajos han documentado que mayor intensidad del dolor y síntomas depresivos se asocian con peor función física y calidad de vida en el tiempo. (Ullrich et al., 2009)


El descontento con la imagen corporal es otro factor persistente. Los pacientes pueden experimentar vergüenza, baja autoestima, temor al rechazo social y percepción de estigmatización por cicatrices visibles. (Wiechman, 2004)

Factores de riesgo psicológicos

Diversos elementos predisponen a un peor pronóstico psicológico: antecedentes de diagnóstico psiquiátrico, ser mujer, mayor extensión de quemadura, dolor persistente intensificado, menores redes de apoyo social. (Wiechman, 2004; Fauerbach et al., 2007)


Asimismo, mientras mayor sea el malestar psicológico inicial (durante la hospitalización), mayor es la probabilidad de persistencia del sufrimiento emocional a mediano y largo plazo. (Fauerbach et al., 2007)
Intervenciones tempranas, identificación de síntomas de angustia y estrategias de afrontamiento adaptativo (como reestructuración cognitiva o apoyo social) pueden mitigar el riesgo de evolución a trastornos crónicos.

Integración terapéutica: hacia una recuperación holística
Integración terapéutica: hacia una recuperación holística

El tratamiento integral de las quemaduras requiere unir los cuidados médicos con el apoyo psicológico desde el ingreso hospitalario hasta la rehabilitación a largo plazo. Esto implica evaluar tempranamente síntomas de ansiedad o depresión, aplicar terapias especializadas como la cognitivo-conductual o de exposición, y asegurar un control efectivo del dolor para reducir el impacto emocional.

La recuperación también se fortalece con apoyo psicoeducativo al paciente y su familia, coordinación multidisciplinaria entre especialistas y un seguimiento prolongado que permita atender secuelas físicas y emocionales. Además, las intervenciones basadas en evidencia y nuevas herramientas como el monitoreo predictivo favorecen un abordaje más humano y eficaz, optimizando tanto los recursos como los resultados.

Referencias: